lunes, 27 de septiembre de 2010

miércoles, 11 de agosto de 2010

UNA HISTORIA (CAPÍTULO 1)

Creo que yo aún no había cumplido los 20 cuando ella, de una patada, derribó la puerta que me separaba del mundo exterior y se instaló en mi vida.
Era, ofialmente, un mañana de otoño, pero el calor gobernaba de tal manera la ciudad que bien pudiéramos haber creído, de no existir calendarios ni relojes, que nos encontrábamos en el ecuador del más cruel de los veranos.
A pesar de que llegué a licenciarme nunca me gustó realmente la carrera a la que mis limitadas capacidades me condujeron. Es por ello que muchas mañanas las pasaba en su mayor parte en la cafetería que había frente a la puerta de la facultad, en lugar de en el aula que me correspondía.
Decía que era una calurosa mañana de otoño y que, como de constumbre, me encontraba intercambiando una aburrida mañana de estudios por una enriquecedora jornada de conversación banal con la despampanante camarera que trabajaba allí desde septiembre. Mis conversaciones con ella se pueden resumir en frases entrecortadas acerca de qué habíamos hecho el fin de semana anterior -o qué haríamos el siguiente- durante los espacios libres que la quedaban mientras atendía a los clientes y, fundamentalmente, en mi disimulada búsqueda de algún resquicio en sus, generalmente generosos, escotes, intentando atisvar la aureola de sus pezones (una vez me pareció ver en su totalidad el derecho) o averiguar el color del tanga que correspondiera mientras se agachaba para coger algún zumo o batido (que estaban colocados a pie de suelo, fuera de la cámara frigorífica).
Aprovechando uno de esos ratos en los que Patri (así se llamaba) atendía a un grupo de estudiantes -con los que, a mi parecer, se entretenía más de la cuenta- fui al servicio. Fue una meada más, nada digna de reseñar, pero si la recuerdo perfectamente es por lo que aquella evacuación provocó.
Al llegar de nuevo a la barra una chica se había sentado en mi silla. Yo siempre he sido una persona que rehuye los problemas -y más aún por una mísera silla-, pero es que justo en la barra, a la altura de la silla giratoria dónde esa chica estaba sentada, se encontraban mis apuntes y un par de libros. Con educación le dije:

- Perdona, me dejas coger mis cosas.
- Ni que la silla fuera tuya. ¿Acaso has dejado un cartel que ponga "¡Ni se te ocurra sentarte!"? No, ¿no? Pues no me vengas entonces con chorradas niño.

Continuará...

jueves, 5 de agosto de 2010

DESDE MI VENTANA

Una joven pareja pasea. Feos ambos. Con pocas perspectivas de cambiar de acompañante. El brazo derecho de él se apoya sobre el hombro derecho de ella, abarcándola. Sin detener el paso le da un beso en los labios. Cariñoso. Descuidado. Cumplidor. Ella mira arriba, al cielo, como despistada. Se pierden en la distancia. Imagino otro beso cuarenta pasos adelante. Mejor no perder lo que jamás pueda ganar.
Siete mesas de terraza alineadas. Cuatro sillas vacías acorralando a cada una. Reunión de espacio e impuestos inutilizados. El dueño del bar, generoso mostacho en rostro, gesto serio y brazos cruzados, las observa preocupado. No le salen las cuentas. Y mira que son sencillas, cero más cero, nada.
Una muchacha rubia, de larga cabellera lisa, camina rauda con una bolsa roja de Galerías Preciados en la mano derecha. Sospecho que llega tarde a una cita. O a coger el autobús. ¿De Galerías Preciados? Hace demasiado que esas bolsas perecieron con la empresa que anunciaban. ¿Acaso sobrevivieron a su progenitor?
El viento sopla. Hace de mediador entre el sofocante calor de agosto y el sudor de los transeúntes. Agita las ramas de los árboles que en parejas se enfilan hasta amenazar con cortar la carretera. Mueve los hilos que sostienen los papeles tirados sobre el asfalto y los hace bailar al son que marca su música. Una mujer mayor, sentada en un banco, se quita con desprecio el que se ha ido a posar sobre su florado vestido. Nunca sopla a gusto de todos.
Cuando hace tanto que no escribes, hasta describir lo que ves desde tu ventana es un desafío.
Encienden las farolas. Llega la noche.

domingo, 4 de julio de 2010

COPLA

Por mucho que nos queramos,
en la vida no hay más tiempo
para darnos.

Y tras la muerte
ni amor, ni tiempo, ni nada,
seguramente.

(Jesús, ábrenos el cielo
a los que, entre duda y duda,
por un minuto creemos.)

Por mucho que tu amor sea
y tanto o más
yo te quiera,
nuestras bodas de platino
tendremos bajo la tierra.

lunes, 21 de junio de 2010

ESTADOS

Optimismo


¡Yo!


¿Yo?


¡¡Yo!!





Pesimismo


Yo


¿Yo?


Yo...

jueves, 10 de junio de 2010

PENSAMIENTOS ANTES DE LA FINAL DEL MUNDIAL

m
Johannesburgo, 11 de Julio de 2010. 20 horas y 20 minutos:

Por fin ha llegado el día que siempre soñé desde que soy niño, el de estar en la final de un Mundial, representando a mi país, España. Ya tengo todo el uniforme puesto, he calentado bien y estoy preparado para dar lo mejor de mí.
Es increíble el ruido que hay en el Estadio, se puede escuchar desde aquí, desde el vestuario, el rugir a las masas. Espero no acusar la presión cuando me silben, pues seguro que lo harán.
Noto a mi equipo algo nervioso, supongo que es normal esa tensión en estos momentos previos –incluso supongo que es bueno tenerla-, seguro que una vez que la final arranque desaparecerán los nervios. Lo que he de intentar yo en estos momentos previos, como buen líder, es transmitirles mi total confianza en ellos y darles seguridad.

La verdad es que si me paro a pensarlo esto abruma. Es increíble la de millones de personas que van a estar pendientes de nosotros y de mí en concreto y las alegrías o tristezas que puedo provocar. ¡Puf, ahora me vienen a mí los nervios!. Tengo que dejar de pensar en ello y relajarme, simplemente intentar estar bien concentrado en cómo hacer las cosas, tal y cómo sé hacerlas y como me he preparado para ello, para este día tan grande.
Será muy importante que me mueva bien, especialmente en diagonal, que esté atento a cada detalle, a cada movimiento de desmarque y, sobre todo, no puedo cometer ningún error dentro del área, pues podría ser definitivo. Ahí, dentro del área, no puedo dudar, esa será la clave del éxito.

Creo que ya es el momento, pues los compañeros regresan del túnel de vestuarios:

- ¡Jefe!, todos están ya preparados, los uniformes y botas OK y nosotros estamos dispuestos ¿Salimos ya?
- Sí chicos, mucho ánimo que todo va a salir de maravilla, concentraros en el juego e intentad que no os influya el ambiente. Esperad que coja las tarjetas y el silbato y vamos al terreno de juego.
m

martes, 8 de junio de 2010

LAS HISTORIAS DE MACHO-MAN: LAS VECINAS DEL QUINTO

Olga y Patricia (Patricia y Olga) eran hermanas gemelas. Y vecinas mías desde lo más remoto de mi infancia, es decir, desde que nací, dos o tres años después de que ellas lo hicieran.
Altas y delgadas (como en la canción popular); huesudas y hieráticas como vírgenes góticas, con melena lisa, que las caía hasta la cintura en dos mitades simétricas, y una cara alargada como la quijada de un equino. A juego con su pelo, sus ojos castaños se erigían como el único atisbo de vivacidad en unos rostros marcados por la contundencia del tabique nasal y la abrupta convexidad de los pómulos. Las envolvía un aire de infundada espiritualidad, de dulzura impostada, que no era fácil de intuir sino desde mi tesitura.
Patricia y Olga (Olga y Patricia) manifestaron desde muy pequeñas una gran predisposición a hacerme testigo de sus desmanes, aunque siempre albergué la duda de si era yo el predilecto destinatario de los mismos o simplemente representaba el más conveniente auditorio para la urgencia de su puesta en escena; de si significaba su motivo más elevado de inspiración o tan solo el reincidente objeto de su burla. Durante la época de nuestra educación primaria, de vuelta de la jornada continua del colegio, coincidíamos con frecuencia en el portal, a esas horas de la tarde desahuciadas en siestas y telediarios. Hasta el ascensor, daban vueltas en torno a mí, riendo histéricamente, en un acoso propio de indios apaches; y ya en él, formaban cara a cara, tratando de pellizcarse recíprocamente los pezones de unos pechos aún en periodo de maduración. Llegados al quinto piso, sin desistir de sus risotadas, solían precipitar su salida levantándose al unísono las faldas de su uniforme de colegialas, dejando al descubierto unas bragas de extrema blancura profanada por los primeros síntomas de la menstruación; sin dejar de mirarse la una a la otra, como si mi presencia resultara meramente circunstancial o sólo perteneciera a ese mundo confuso de sombras y reflejos manifestado sobre el espejo del elevador.
También sabía que los mocos adheridos a los pasamanos les pertenecían. Mocos de un verde irreal, como de aquel Blandiblú con el que tanto nos entreteníamos por entonces. Y sabía que su irrupción no era casual, sino una forma subliminal o críptica de comunicación como la que frecuentan innumerables especies de la zoología a la hora de marcar territorios o manifestar la predisposición al apareamiento. De cuando en cuando las sorprendía (¿o me sorprendían a mí?), en el rellano de mi piso, apurando en cuchillas las últimas gotas de un pis ya materializado en algún otro lugar.

Con el tiempo, según ellas avanzaban hacia la mayoría de edad y yo aún coqueteaba con los muñecos de Playmóbil, comencé a verlas con menor frecuencia. Y desde que iniciaron su periplo universitario, en otra ciudad lejana, no había vuelto a encontrarlas, hasta una fecha que no olvidaré nunca, puesto que se trataba de mi decimosexto cumpleaños. Aquella mañana de domingo, gris y desabrida, mis padres habían salido ya, dispuestos a acompañar hasta la hora de comer a la tía Elvira, que había vuelto a romperse la cadera. Yo bajaba a la panadería, a recoger el encargo de la tarta y, al salir del ascensor, me topé de bruces con ellas, Olga y Patricia (Patricia y Olga), que, si bien se habían despojado sobradamente de la crisálida de la pubertad, parecían tan iguales como entonces, al menos por lo que se refiere a esa expresión entre puritana y prostibularia apenas concretada en sus rasgos de estatuas precolombinas. Olga (o Patricia), apostada entre la puerta metálica y la pared, cerraba mi salida por el ala izquierda, mientras que Patricia (u Olga) impedía cualquier avance por su flanco.
—¡Pero mira quién está aquí! Si está hecho un hombre —decía una de las dos, al tanto que sus ojos repasaban mi anatomía una y otra vez.
—Si hasta le ha salido la barba —añadió la otra.
—Es que ya me afeito desde hace unos meses —balbuceé inocentemente.
E intercambiaron una mirada en la que adiviné la eficacia comunicativa de un mensaje telepático.
Traté de llevar a cabo una maniobra desesperada para romper sus líneas por el centro, pero mi atrevimiento táctico resultó infructuoso puesto que pronto me vi atrapado entre dos fuegos, la una cortándome el paso por delante y la otra envolviéndome por la espalda.
Olga (o Patricia) depositó una mano sobre mis partes nobles. Quise dar un paso atrás, pero Patricia (u Olga) ya me agarraba fuertemente por las nalgas.
—En quince minutos te esperamos en nuestra casa. Vamos a ver si de verdad eres ya un hombre o todavía el niñito consentido de mamá.
Tras un último apretón, anterior y posterior, irrumpieron en el ascensor, desenlatando las carcajadas de una risa entre histriónica y tísica que, degradándose con la altura, resonaba en la cabina como el off de una mala película de terror. Del fantasma de su proximidad emanaba un confuso aroma como de orquídeas salvajes rebozadas en incienso; una extraña sensación que predisponía simultáneamente a la contrición y a la reincidencia en el pecado. Yo me quedé mirando cómo los números indicadores iban paulatinamente iluminándose hasta detenerse en el cinco, que quedó marcado como una premonición o un enrevesado signo del destino.

Una vez hube dejado la mercancía a buen recaudo (mi tarta de chocolate favorita, con los dos dígitos de mi nueva edad sobrepuestos en nata), me quedé inmóvil, en pie, apoyado sobre la puerta del refrigerador, que acababa de cerrar, bajo los efectos de aquellas palabras vagamente constitutivas de una invitación o un desafío, y que apremiaban a un encuentro (o un desencuentro) por resolverse tácitamente al amparo de términos no pactados y requisitos sin estipular. Héroe o villano, de eso no había duda. Sólo gloria o miseria podía esperar del desenlace de una decisión que aturdía mis sienes con un golpeteo pendular. Ir o no ir: esa era la cuestión. Entonces, desbordado por un repentino subidón de adrenalina (como el que debe de apoderarse de los reos de muerte al asumir la circunstancia de su ejecución), salí de casa, dispuesto a recoger el guante, ya en las postrimerías del plazo en vigor. Bajé hasta el quinto piso acometiendo de tres en tres los peldaños de las escaleras, como si temiera que en cualquier momento pudiera sorprenderme a mí mismo desistiendo de mi propósito. La puerta estaba abierta, lo que me dio en suponer que mis anfitrionas no esperaban que llamara al timbre. Y sin embargo (incongruencias del nerviosismo) golpeé tímidamente con los nudillos. No hubo respuesta. Así que me adentré en la casa, cerrando la puerta tras de mí. A mis pies, unas braguitas tanga de color rojo formaban el primer eslabón de una cadena de prendas íntimas que, doblando la esquina del recibidor y adentrándose en un largo y penumbroso pasillo, guiaba hasta el umbral de la última habitación. Se trataba, según pude comprobar, del dormitorio matrimonial, iluminado tenuemente por la lamparilla del aparador y presidido por un tríptico renacentista, con el motivo de La Anunciación en la tabla central y, a cada lado, angelitos rechonchos en plena euforia de sus trompetas celestiales. Olga y Patricia (Patricia y Olga) yacían desnudas sobre la cama de caoba, aligerada de sábanas y demás accesorios. Recostadas sobre la cadera, una frente a la otra, con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano, evocaban en su pose una indolencia propia de odaliscas en espera de quien ejerza sobre ellas su derecho de pernada. Al percatarse de mi presencia, giraron sobre sí mismas, dejando rotundamente expuesta la geografía de su anverso, que se me figuró más bien de tundra o paramera: los pechos púberes, como limones que no llegarán nunca a los puestos del mercado, y los pubis devastados por la epidemia de la depilación. (Sus pubis me trajeron a la memoria aquellos cerditos sonrosados que teníamos como huchas).
—Acércate —ordenaron.
Apenas me hube aproximado al borde de la cama, ya habían saltado sobre mí como felinos emboscados y me habían volteado de espaldas sobre el colchón, donde, en menos que canta un gallo, hicieron expolio de mi vestimenta.
—¡Ufff…! —exclamaron al unísono, al constatar los elementos de mi desnudez.
Olga (o Patricia) me asía de las muñecas, impidiéndome cualquier reacción (aunque, a decir verdad, yo tampoco hacía mucho por resistirme), mientras que la otra maceraba el bastión de mi virilidad con el ahínco de un alfarero. Cuando obtuvo el punto de rigidez que creyó adecuado, se subió a horcajadas sobre mí, ensartándoselo como una estocada en lo más alto (bueno, en lo más bajo). Parecía uno de aquellos trenes de carbón y leña, que al principio tardan en echar a andar, pero que enseguida van cogiendo aceleración hasta alcanzar una velocidad punta que amenaza con hacerlos descarrilar. En este punto, procedió a una brevísima pausa, como una entrada en boxes en la que su hermana me proveyó de una armadura profiláctica, para luego seguir espoleándome como un jockey que ve cercana la línea de meta. Durante todo ese tiempo, la lengua de su hermana clónica no dejó de rebuscar en mi boca, transmitiéndome una aspereza de piel de sapo y un regusto pariente cercano de la halitosis.
Por fin, aquélla bajó de su montura y procedieron a intercambiar posiciones.
—Uy, parece que el nene ha llenado el pañal. No sé si se le podrá poner otro o estará irritadito.
—Tranquilas, aquí hay de sobra para las dos —me atreví a bravuconear.
Y, en efecto, fui capaz de mantener un estado que dio para varias rotaciones más, al cabo de las cuales se buscaron sobre el lecho y se ovillaron en un abrazo que, en primera instancia, e imbuido por las circunstancias de mi reciente experiencia, interpreté como obsceno, pero que después recordé siempre como el gesto más íntimo de su fraternidad. Al poco, conciliaban un plácido sueño, sólo alterado por los ronquidos de la una y la sibilante respiración de la otra. Por unos instantes, deseé formar parte de aquel conjunto de emoción contenida y expresión barroca, en el que piernas, brazos y cabellos se entremezclaban con profusión. Pero solo hasta tomar conciencia de que la situación de marginalidad por la que me veía confinado en una esquina de la cama me otorgaba el privilegio de la libertad, y de que, cumplidas las expectativas que me habían llevado hasta allí, podía marcharme en cuanto quisiera, como así sucedió, sin habilitar el menor pretexto para una insinuación de reproche o compromiso. Además, había otros motivos para alejarme sin una despedida, como el hecho de no saber, si despertaban, qué actitud adoptar un cuerpo desnudo frente a otros cuerpos desnudos sin un resquicio de misterio en la piel; y, sobretodo, la calentura en mi entrepierna apremiándome a unas sesiones caseras de aquaterapia fría.

Tomé el elevador para volver a casa. No solo a causa de la fatiga en sí, sino porque subir escaleras hubiera resultado contraproducente para mi estado subabdominal. Durante el breve trayecto —y aun después de que la voz del autómata anunciara mi piso—, quedé absorto en la contemplación del espejo. Era mi imagen, sí, algo despelujada y con la ropa manga por hombro, pero había algo nuevo, extraño, en el reflejo que obtenía, algo que no acababa de reconocer como mío, no sé, acaso un lejano aire de altivez apenas insinuado en el arco de las cejas, un gesto de superioridad vagamente latente sobre la comisura de los labios, no sé, esa leve decantación hacia el perfil, la sutil elevación de la barbilla… Pero lo cierto es que me complacía ver lo que veía y quería parecerme a esa imagen.
Había tiempo suficiente antes de que regresara a casa la familia. La cosa merecía otro cigarrito y un lingotazo —doble— del whiskey de la cocina. (Esta práctica llegó a convertirme con el tiempo en un fumador empedernido y en un consumidor asiduo de escocés.) Además, qué narices, era mi cumpleaños y yo mismo me había procurado el mejor regalo.

domingo, 6 de junio de 2010

EL DESPERTAR por CLEBARR

Oscuridad.
Cuando desperté sentí nauseas, la cabeza parecía que me iba a explotar. Tenía la boca seca y el cuerpo no me respondía. No pude ni abrir los ojos. ¿Qué demonios pasó anoche? Parecía que me había pasado un tren por encima.
¿Y este calorazo inaguantable? Supuse que sería cerca del medio día y como dándome la razón, en ese momento sonaron unas campanadas y conté doce. Medio día del domingo. La llamada a misa.
Tardé un buen rato en disipar la nebulosa que flotaba en mi cabeza. Recordaba haber salido de la ducha moviéndome al ritmo de la música, chumba-chumba-chumba,…Sábado por la noche y solo en casa. Mi novia se había ido a Santander a visitar a sus padres y hasta el domingo por la noche todo mi tiempo era mío y solamente mío. Había quedado, como siempre hacía cuando me quedaba de Rodríguez, con los amiguetes que aún estaban solteros para tomar unas copas y corrernos una fiestecilla. No eran demasiadas las ocasiones en que podía salir con los amigos y la ocasión la pintaban calva. El fin de semana para mi enterito.
La música en mi casa tronaba a todo trapo: “God is a D.J. Chumba, chumba, chumba,…, piiiiiiiiiiiii…” y yo a lo mío: Ropa guapa, colonia como si la fueran a prohibir, aunque esta vez solo en la nuca, un último retoque al pelo con la mano para dar un toque informal… ¡y listo!
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¡Qué sed tengo! Otras veces cuando me despertaba después de una juerga monumental dejaba la nevera tiritando, pero la sola idea de comer me dio asco. Mierda. Cada día son más los garitos que ponen garrafón. Tampoco es que bebiera tanto, pero lo que bebí seguro que era matarratas de 40 grados. Aún así, hay que saber parar, así que Mía Culpa, supongo.
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Estaba en el bar de siempre con mi amigo Santiago, el “Ponte fuera” y el resto de la tropa. A Santiago le llamábamos así por la mucha querencia que tenía a molestar a cualquier cosa que llevara faldas cuando se pasaba con el cacique limón. Solía ocurrir que en menos que canta un gallo un portero con cara de pit-bull, se le encaraba amenazante: “A la próxima, payaso, te vas fuera”.
Me acerqué a pedir un par de copas para Santiago y para mí y fue entonces cuando me percaté. Una auténtica preciosidad sentada en uno de los taburetes de la barra me estaba mirando fijamente. Vestía un modelito corto de esos que me tanto me gustan, botitas de largo y estrecho tacón, rodillas y muslos bien a la vista. El modelito ajustaba además bastante bien. Las curvas que se adivinaban eran de infarto. El pelo negro y ondulado llegaba casi hasta la cintura. Pero lo mejor eran sus labios. Lucían carnosos, un poco a lo Angelina Jolie, rojos, intensos, deseables.
Desde que hace dos años me fui a vivir con mi novia, estaba totalmente fuera del mercado. Ya ni me acordaba como se estilaba eso del ligoteo, por eso me sorprendió que fuera ella quién me abordase.
- Hola, guapo. ¿Qué haces?
Tragué saliva y tardé un rato en contestar.
- Nada. Aquí estoy con un amiguete tomando una copilla, disfrutando del sábado noche, ¿y tú?
Ella me sonrió divertida. Al hacerlo dejó ver unos dientes blancos, nacarados, perfectos. Acercando su cabeza hasta mí, me susurró:
- Te estaba esperando a ti.
Solté una carcajada nerviosa. O esta preciosidad se estaba quedando conmigo, o definitivamente, esta iba a ser mi noche de suerte.
- ¿A mi? ¿Me habías visto ya más veces por aquí?
Ella me miró fijamente sin decir nada. Era tan intensa su mirada, que empecé a sentirme incómodo, ridículo. Estaba nervioso. ¿Asustado? Y es que nunca había sido muy ducho en las artes del ligoteo y además con semejante bombón…
Mi ya algo abotargado cerebro estaba pensando en algo original que decir, pero ¿el qué? Piensa maldita sea. Di algo, lo que sea. En esas estaba, cuando de repente el “Ponte fuera” apareció trastabillándose, tirándome los restos de su cacique encima y apartándome sin miramientos, la abordó.
- Hola guaaaaaaaaaaaaapa. ¿Sabes que soy mucho más divertido y más guapo que mi amigo? Además, yo estoy libre.
Ella, seguía con su mirada fija en mi. Sin molestarse si quiera en volver la cabeza, le espetó:
- Esfúmate imbécil. Esta noche sólo me interesa tu amigo. De hecho, estábamos a punto de irnos a otro sitio más tranquilo, ¿verdad?
Esa era toda la información que necesitaba. A pesar de que por un segundo el rostro de mi novia pasó por mi mente, avisándome de que podía meterme en un lío, no tardé nada en decidirme:
- Santiago, majete. Seguro que sabes volver solito a casa. No seas loco y cógete un taxi. Mañana hablamos.
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Pffffffffffffff. ¡Qué dolor de cabeza, de cuerpo y de todo! Seguía tumbado sin poder moverme. A medida que iba pasando el tiempo me iba encontrando mejor, pero la sensación de sed se iba haciendo inaguantable. Apenas ya si hacía calor, pero como la cabeza aún dolía un poco, permanecí quieto y esperé aún a levantarme.
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Estuvimos caminando bastante tiempo. Yo iba como hipnotizado a su lado, sin atreverme aún a tocarla. No quería precipitarme y echarlo todo por la borda. Ella me había prometido ir a un sitio más tranquilo, donde no nos molestaran. Allí esperaría mi oportunidad.
Cuando ya llevábamos bastante tiempo andando, empecé a impacientarme y a preguntarme si aquello sería una buena idea. Anita, mi novia era una chica estupenda y nunca me había dado motivos para querer estar con otra. Además, ¿dónde demonios vive esta mujer? Estábamos casi en las afueras de la ciudad. Apenas ya si se veían luces.
A punto de darme media vuelta, de decirla aquello tan manido de “Lo siento. Tengo novia y esto no es una buena idea…”, de repente, ella como si me leyera el pensamiento, se acercó a mi y poniendo sus frías manos en mi cabeza me besó.
Fue un beso intenso, agresivo. Su lengua recorría a la velocidad del rayo toda mi cavidad. Se movía implacable, absorbente, ansiosa. Como si ese momento fuese la culminación de toda una hazaña. Era rápida, sus carnosos y rojos labios besaban mi mejilla, su lengua lamía mi cuello,… Me sentí embriagado de amor, mareado de lujuria. En ese momento la hubiera prometido cualquier cosa, hubiera hecho cualquier cosa que me hubiera pedido…
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Por fin abrí los ojos. Ya me encontraba bien. De hecho, muy bien. Sorprendente y excepcionalmente bien. El sol hacía un rato que se había puesto y me sentí pleno de energía.
Sin ningún esfuerzo aparté la losa que estaba sobre mi cabeza y me incorporé. El cielo lucía espléndido. Una luna en cuarto creciente y una multitud de estrellas lo salpicaban aquí y allá, como los adornos de un árbol de Navidad. Al ponerme en pie, una jauría de perros ladró muy cerca. ¿O estaban lejos? No lo sé. Mis sentidos se habían agudizado. Los sentía casi dentro de mis oídos.
El cuello aún me dolía un poco. Noté un ligero escozor y un par de pequeñas hendiduras al pasar mi mano sobre él.
No me importaba. Sabía que a estas horas Ana ya habría vuelto de Santander y me estaría esperando en casa. Pensar en ella me excitó. Noté como mis colmillos crecían. Casi sin posar mis pies en el suelo abandoné el cementerio. Dentro de poco podría calmar mi sed.

viernes, 4 de junio de 2010

RECETA DE COCINA: NOSTALGIA, PARA 4

a
Nostalgia, para 4.


Ingredientes:

Tiempo de separación.
Un puñado de recuerdos en común.
Anécdotas divertidas.
Conversación intrascendente (fútbol, sexo,...)
Años, a ser posible en abundancia, aunque a gusto de los comensales.
Dos botellas de Whisky, caro a ser posible.
Hielo suficiente.
Música pausada, pasada de moda, de fondo.
Un montón de cariño.

Preparación:

Poner sobre la mesa, como aperitivo, el tiempo de separación.
Servir el Whisky en cada uno de los vasos, repletos de hielo, de los invitados. En ese momento comenzar a elaborar la conversación intrascendente. Echaremos tanta de esa charla como acostumbrados al alcohol estén los convidados.
A partir de ahí, cuando el efecto del licor haya comenzado a inundar de banalidad la conversación trivial, comenzar a poner a fuego lento los recuerdos compartidos. A más años dejar más tiempo para que se cocinen los recuerdos. Cuando comience a hervir, añadir las anécdotas divertidas.
A media cocción hacer silencios que permitan escuchar e incluso tararear alguno de los estribillos de la música de fondo.
Seguir sirviendo Whisky hasta que el cariño comience a florecer en forma de abrazos y propuestas irrealizables futuras.
Retirar los recuerdos del fuego y servir, en caliente.

Así se prepara una gran nostalgia para 4 (amigos)

martes, 1 de junio de 2010

EL CUERPO DEL DELITO (2ª y definitiva parte)

(1ª parte escrita por J.M.)

Realmente no le molestaba el hedor que exportaba el cuerpo, era desagradable sí, pero no era ello en sí lo que más le incomodaba, lo que verdaderamente le apenaba era tener que, ya de manera irremediable, deshacerse de su improvisado inquilino.
Se había habituado a su presencia de tal manera que su silenciosa compañía -como él siempre había deseado que fuera un compañero de piso- le resultaba reconfortante, pero lo cierto es que aquel aroma se iba adueñando poco a poco de la casa y pronto se querría escapar por debajo de la puerta o entre las ventanas y bajar las escaleras hasta dominar el portal. Y eso sí sería demasiado delatador.

Regresó a su plan original. Le angustiaba hasta límites insospechados tener que descuartizar un cuerpo pero, evaluadas con detenimiento todas las opciones, era la que ofrecía menos riesgos.

Bajó a comprar todo el material que él creía imprescindible para la disección del cuerpo.
En la ferretería de la esquina una sierra y tres juegos extras de cuchillas para la misma, además de dos grandes cuchillos; una caja de mascarillas de médico en la farmacia del Doctor Vacceo para, al menos, reducir en su apéndice nasal la insoportable fetidez que el occiso desprendía; y finalmente, en el chino que hace poco habían abierto en su calle, un gran plástico sobre el que tumbar el cadáver mientras lo desmenuzaba y bolsas de basura como recipientes de la futura mercancía.

Ya con todos los utensilios en su poder se dispuso a la faena.
El comienzo fue realmente desagradable, pero una vez fue capaz de separar la cabeza del resto del cuerpo incluso le fue cogiendo gusto.
La tarea resultó mucho más larga de lo que él creyó en un principio y aunque la primera hora pasó con su mente totalmente concentrada en el trabajo, poco a poco le fueron llegando diversos pensamientos, de muy diversa índole y de importancia relativa. Todos menos uno.
De repente pensó que no había escuchado a nadie comentar nada sobre la desaparición del muerto. Ni una noticia, ni un rumor, ni un cuchicheo. Tras casi una semana, nada.
Él era una persona más o menos conocida en el barrio y que conversaba a menudo con los vecinos y ninguno parecía haberse hecho eco de ninguna ausencia. Le sorprendía y a la vez le aliviaba. Pudiera ser que todo resultara mucho más sencillo de lo que en un principio parecía.

Una vez terminado de -como si fuera un puzzle del que te has cansado de mirar- desencajar las piezas, introdujo cada una de ellas en una bolsa de basura diferente.

La siguiente parte del plan era sencilla, día a día y en contenedores de basura diferentes, alojaría cada una de las bolsas con los restos del fiambre.
En 6 días –en cada bolsa una extremidad, otra para el tronco y otra más la de la cabeza- se habría desecho finalmente del difunto.

Habían transcurrido ya los 5 primeros días y todo marchaba como había planeado. Cada noche bajaba la basura como si tal cosa. Incluso la noche del turno del tronco se paró a saludar al vecino del 1º que volvía, sudoroso, de hacer footing (quizás el olor de su propio sudor le impidió darse cuenta de nada).

Hasta que a la mañana del sexto día, cuando tan sólo restaba la testa de ser eliminada, alguien, finalmente, preguntó por el muerto.

Llamaron al timbre, dos veces. Por la mirilla, al otro lado de la puerta, se veía un hombre ya mayor, con gafas de sol y semblante apenado. Desligando aquella visita de su crimen abrió la puerta confiado y preguntó al desconocido qué deseaba.
Éste le contó que desde hacía un par de semanas se había quedado solo en el mundo, que el ser que guiaba sus pasos había desaparecido sin dar señales de vida y que desde entonces nada tenía orden ni sentido para él. Desde aquel día iba casa por casa preguntando si alguien sabía algo de quien por él preguntaba.
Silencio fue lo único que obtuvo como respuesta.
Sin más asió con fuerza su bastón, dio media vuelta y comenzó, con lentitud y cuidado, a descender por las escaleras mientras un portazo tenue le despedía.

No había llegado aún al primer descansillo cuando de nuevo la puerta se abrió. La conciencia del asesino había sido la única testigo del crimen y le forzó a declararse culpable ante la real víctima del asunto.
Así, bolsa negra en mano, llamó al hombre desolado.

- ¡Oiga, buen hombre, espere! Yo sé algo de por quién usted pregunta. Bueno, en realidad, lo sé todo. No espero que me perdone y ni tan siquiera se lo pido, pues sé que es horrible lo que hecho, pero acépteme al menos que le devuelva, como señal de arrepentimiento, la cabeza de su perro lazarillo.

domingo, 30 de mayo de 2010

EL CUERPO DEL DELITO (1ª parte)

De las cuatro puñaladas asestadas, solo una resultó ser mortal, pero ésa le partió en dos el corazón, como una manzana, provocándole una muerte instantánea. Esto según la terminología de la policía y los miembros del cuerpo forense, claro, porque supongo que una hoja de acero atravesándote el pecho de parte a parte, resultaría algo difícil de olvidar —si es que se viviera para recordarlo—, por muy instantáneo que parezca.
De pronto, no supo qué hacer con el cadáver. Primero pensó en descuartizarlo, y deshacerse discretamente de los lotes. Pero el solo recuerdo de sus abuelos, en la pollería del mercado, rebanando pescuezos y desmembrando muslos le provocaba una náusea insoportable. Luego pensó en sacarlo envuelto en una manta, tal como había visto recientemente en una película, pero le parecía harto improbable que aunque llevara a cabo su cometido durante la madrugada, pudiera pasar desapercibido, sin que nadie lo sorprendiera en esa bulliciosa zona de la ciudad; y además, tampoco tenía claro en qué lugar se desharía del cadáver, un lugar en donde nadie pudiera descubrirlo nunca o al menos tardaran años en hacerlo. Una tercera cosa que se le pasó por la cabeza fue la de adquirir un baúl a la medida y contratar una empresa de transportes. Eso, con suerte, solventaría el problema de sacar el cadáver de la casa sin levantar sospechas, pero para llevarlo…¿a dónde? Por el momento, decidió ir atendiendo las prioridades ordenadamente, y lo más urgente era limpiar los profusos charcos de sangre que se habían ido formando por el pasillo (tarea que le llevaría mucho más tiempo de lo previsto inicialmente, pues la sangre es terca para desadherirse de las superficies por donde se ha derramado). Luego envolvería oportunamente el arma homicida, que haría después desaparecer arrojándola al río desde uno de los puentes de la ciudad. Con relación al cuerpo, lo colocaría sobre la cama de la habitación de invitados, y hasta que diera con la solución definitiva, haría una vida normal.
En efecto, salió de casa, y se dirigió al banco, donde había de resolver unos asuntos en relación a unos arrendamientos; luego compró los periódicos (el nacional y el deportivo), dio un paseo por el parque, y como no le apetecía volver a casa para comer, almorzó algo fuera, un menú del día con arroz y pescado en un sitio en el que nunca había entrado, y que le pareció de buena calidad y mejor precio. Parte de la tarde la pasó en la sala de billares, practicando la carambola a tres bandas, y luego curioseó escaparates (compró incluso un par de camisas) y dio una vuelta por las viejas librerías de ocasión. Cuando volvió a casa, siguió con su actividad rutinaria, cenó ligero, vio un poco la tele y se acostó, no sin antes echar un vistazo a la habitación contigua, como si quisiera comprobar que el cadáver no se había movido de su sitio o deseara darle las buenas noches.
Pronto los días se sucedieron, hasta que la presencia de aquel invitado frío y silencioso que albergaba bajo su techo llegó a hacérsele familiar. No le molestaba. ¿Por qué iba a molestarle? Las cosas iban bien. Su imprevista compañía no suponía ningún problema para la convivencia ni alteraba en absoluto los hábitos de su vida. Por desgracia, todo volvió a complicarse aquel día —un día como otro cualquiera—, cuando llegó a casa. Apenas hubo abierto la puerta de la habitación de invitados, tuvo que cerrarla de nuevo, bruscamente, aturdido por los primeros síntomas de la putrefacción, que se habían adueñado de la estancia y amenazaban con expandirse por el resto de la casa.
(Continuará por Rapajic…)

viernes, 28 de mayo de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

VAMOS A CONTAR MENTIRAS, TRALARÁ

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Me tocó la primiti-iva
Me tocó la primiti-iva
Y el Madrid ganó la liga tralará
Y el Madrid ganó la liga tralará
Y el Madrid ganó la liiga.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Yo nunca he ido a un pu-uti
Yo nunca he ido a un pu-uti
Ni tampoco mis amigos tralará
Ni tampoco mis amigos tralará
Ni tampoco mis amiigos.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Las hembras que bien condu-ucen
Las hembras que bien condu-ucen
Y entre ellas no se parecen tralará
Y entre ellas no se parecen tralará
Y entre ellas no se pareecen.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

El PP son muy de ce-entro
El PP son muy de ce- entro
Y el PSOE son de izquierdas tralará
Y el PSOE son de izquierdas tralará
Y el PSOE son de izquieerdas.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Ya salimos de la cri-isis
Ya salimos de la cri-isis
Y Camps se pagó sus trajes tralará
Y Camps se pagó sus trajes tralará
Y Camps se pagó sus traajes.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Los curas no se mastu-urban
Los curas no se mastu-urban
Y no les atraen los niños tralará
Y no les atraen los niños tralará
Y no les atraen los niiños.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Macho-man la tiene gra-ande
Macho-man la tiene gra-ande
Y J.M. mañana escribe tralará
y J.M. mañana escribe tralará
Y J.M. mañana escriibe.

viernes, 21 de mayo de 2010

TOROS por 18-200

¿Hay que dejar la "fiesta" de los Toros tal y como es...



...o habría que retocarla hasta hacerla, incluso, desaparecer?



O una pregunta mucho más sencilla, ¿cuál de las dos fotos te gusta más?
nn

jueves, 20 de mayo de 2010

CARTA DE AMOR

Supongo que ya ni te acuerdas de mí y que esta carta tan sólo es, para ti, la danza al fuego de un loco -uno más- implorando volver a encontrarse contigo, sabedor de que la distancia, como el viento, avivó su llama para apagar la tuya y es en su propio danzar dónde encuentra alivio. O al menos consuelo.
Supongo que no me recuerdas y que tu día a día fluye a tal ritmo que ni te permites malgastar un segundo en pensar cómo me va a mí sin ti.
Supongo que me olvidaste con la misma facilidad con que se olvida el sueño de una siesta y que tan sólo fui en tu vivir un fugaz amor de verano. Uno más en un verano cualquiera.

Sin embargo yo no puedo evitarte en mi mente.

No soy capaz de apartar de mi recuerdo la sonrisa que me regalaste cuando, tras varios años de lejanas miradas, celoso de quién te acompañaba, me atreví, por fin, a acercarme a ti.
No consigo sacarme de las entrañas el sonido de tu risa como respuesta a mis infantiles reacciones ante tus continuas sorpresas.
Me sigue ardiendo la mano cuando al mirarla la imagino amarrada a la tuya en alguno de aquellos interminables paseos compartidos.
Y me sigue, cada día, excitando el evocar en mi soñar cada recoveco de tu cuerpo, del cual soy capaz de definir, con absoluta precisión, cada uno de sus innumerables matices.

Y sinceramente, hoy, con esta misiva desesperada que supongo que tal vez ni tan siquiera llegues a leer, tan sólo me quiero confesar.

Quiero confesarte que te quiero desde mucho antes de conocernos. Que te deseo desde que, por vez primera, supe de ti y que ese deseo se ha hecho exponencial tras aquellos días que pasamos unidos. Que cuando intimo con otra siempre me parece poco al compararla contigo. Y que sé que antes o después volveré a por ti y que cuando vuelva, serás mía -aunque de nuevo sólo sean pocos días- de nuevo.

Porque esta es la única y verdadera realidad y voy a decírtela en tu idioma y de forma bien clara para que no te quepan dudas de mis sentimientos hacia ti: I love you, NY.

martes, 18 de mayo de 2010

LO NUNCA VISTO EN UN ESTADIO DE FUTBOL

—¡Controla de primeras… baja el balón al piso…levanta la cabeza y abre con criterio a la banda, donde recibe el interior derecho, que inicia una carrera trepidante hacia…! ¿Qué sucede? El árbitro ha hecho sonar vigorosamente su silbato… ¿Fuera de juego? ¡Imposible! El desconcierto es total entre los jugadores… ¿Qué ha señalado? Con el partido interrumpido, el colegiado, alejándose de la jugada, encamina sus pasos hacia el centro del campo. Ajeno a las inquisiciones de los protagonistas, llega, con andar sosegado pero firme, hasta el punto de saque y, por entre la pernera de su pantalón corto, ¡comienza a orinar! La perplejidad es total entre los participantes y la multitud que, en torno a noventa mil personas, abarrota las gradas. El vocerío ha dado paso al silencio; y el silencio a un murmullo sostenido y continuado. ¿Y ahora? Los jugadores, venidos de todos los rincones del terreno, se congregan en torno al círculo central, intercalándose los unos con los otros, como ajenos al concepto de equipo. Bien emulando la técnica de la pernera, bien bajándose convenientemente los calzones del uniforme, mean en perfecta sintonía sobre la curva medular. Acto seguido, son los árbitros auxiliares (incluido el cuarto árbitro) quienes se posicionan sobre sus respectivas líneas de demarcación, y, cual el director de la contienda y los jugadores, mean y mean sobre la raya de cal. ¿Y fuera del rectángulo de juego? Los suplentes y todo el cuerpo técnico saltan de sus respectivos asientos, alineándose sobre las marcas discontinuas que delimitan las zonas de banquillos. Y sin intercambiar una palabra, proceden igualmente a una meada larga y coordinada. ¿Y en las gradas? Aunque parezca increíble, todos los espectadores parecen haberse sumado —sin excepción— a este inesperado acto de evacuación comunitaria, orinando sobre barandillas y asientos, orinando los unos sobre los otros con una sincronía apenas alcanzada en colectivos más adiestrados. Tenemos incluso noticias de que los telespectadores hacen lo propio desde sus casas.
Llega el minuto noventa, y cada cual, desde el lugar que ocupa, persevera en su acto de mear y mear ininterrumpidamente. Cayó la noche. La potente luz de las torretas ilumina el gran charco que sigue creciendo.

viernes, 14 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

martes, 11 de mayo de 2010

LAS HISTORIAS DE MACHO-MAN: LA PROFESORA PARTICULAR

A los quince años, en el momento en que mi madre se percató de mi incapacidad para discernir un texto en inglés del alfabeto cirílico, me pusieron una profesora particular que me instruyera en la legua de Chespir. Mª Luisa, que así se llamaba, tenía cierto aire de novicia neófita, encajada en unas faldas hasta los tobillos y unos jerseys de cuello alto que la hubieran hecho pasar desapercibida en cualquier zoco del oriente islámico. Ni alta, ni baja. Melena, ni muy larga ni muy corta, y una piel blanca, como de guiri que no ha abandonado la sombra del chiringuito en todas las vacaciones. Nariz ligeramente respingona, boca pequeña y una miopía apenas disimulable tras unas gafas de cristal reforzado que hacían de sus ojos dos planetas tenues y desorbitados. Su voz era aguda, y más se agudizaba al pronunciar las palabras de aquella lengua bárbara y perversa que se empeñaban en quererme inculcar.
Do you play football with your friends? —rechinaba en mis oídos como un altavoz mal calibrado—.
Yes, it is
Pero no se enfadaba nunca. Cerraba los párpados por unos instantes, en señal de reprobación, y repetía con enfática paciencia:
DO you…?
Yes…is do —porque yo jugaba al fútbol, de eso no había duda; y si no todos eran amigos, al menos conocidos o compañeros de escuela—.

Fuera cual fuera la razón pedagógica que la impulsó a ello, Mª Luisa centró pronto sus esfuerzos en el área de la fonética y la pronunciación. Sentados frente a frente, me hacía observar sus labios y seguir el curso de su lengua, que se contorsionaba como un molusco dentro de la concha, para luego, a su vez, comprobar por mimetismo la eficacia de sus explicaciones.
—Fíjate en mi lengua, aquí junto a los dientes superiores —y la elevaba oportunamente, sugiriendo con su gesto una parodia de las insinuantes chicas de las revistas. Ambos prorrumpíamos entonces en una sinfonía gutural y primigenia que hubiera resultado ininteligible al más avezado antropólogo. A veces sostenía mi cabeza entre sus manos, ofreciéndome el espejo de su rostro, del que emanaba un empachoso perfume de flores al borde del marchitamiento. Anestesiado de muerte, pensaba entonces que en Mª Luisa había algo que escapaba al escrutinio superficial de la primera mirada, y adivinaba tras el parapeto de su celosa indumentaria unos pechos firmes y turgentes, y unos muslos ligeramente musculados, como de deportista aficionada al traqueteo de la bicicleta.

Así se sucedieron, entre interrogativas con auxiliar y sílabas impronunciables, todos los martes y jueves de los siguientes meses. Huelga decir que mis resultados académicos en esta materia no habían evolucionado un ápice, pero esto no menoscabó la férrea voluntad de mis padres por sajonizarme, vanamente convencidos de la recompensa a largo plazo de su obstinación.

Hasta aquel día.
Mª Luisa vestía una falda sobre las rodillas y una blusa que, sin ser de las que Madonna elegiría para su espectáculo, resultaba inusual en ella, máxime cuando los dos botones superiores de la misma —desabrochados— permitían vislumbrar el comienzo de un escote que ratificaba mis más innovadoras teorías con respecto a la prominencia de sus senos. Estaba ausente, nerviosa, como quien acaba de ser cómplice de un asesinato o ultima los detalles de su propio suicidio. Tras de aquellas lentes, que marcaban el comienzo de una dimensión paranormal o alienígena, me llegaban miradas tanto o más indescifrables como las palabras con que habitualmente me aturdía. Debía haber prescindido del dosificador a la hora de liberar las esencias de su perfume, cuyos efectos embriagaban mis sentidos, adormeciéndolos hasta la inacción. De repente se abalanzó sobre mi silla (que rechinó, del susto, por todas las junturas) para aferrarse a mis pantalones y dejármelos en un santiamén a la altura de los tobillos, al tiempo que adoptaba entre mis piernas la contrita postura del orante. Pese a mi estupefacción, al mero contacto con su cuerpo, puse de manifiesto una erección de magnitudes volcánicas, con el ardor de una marea interior de lava que amenazaba con desbordar los límites de su remanso. Inopinadamente, aquellos labios que sólo había conocido retorcidos en el esfuerzo de una jerga extranjera, abarcaban la anchura de mi miembro, engulléndolo una y otra vez con la voracidad de un lactante sobre la ubre materna. Más por instinto que por lo que pudiera tener aprendido de los viernes de Canal +, apoyé ambas manos sobre su nunca, acompañando el rítmico frenesí de sus movimientos, que hacían peligrar la integridad de sus cuerdas vocales. Lo cierto es que, desde fuera, a nadie hubiera parecido algo impropio de nuestras clases de fonética el carrusel de interjecciones, bramidos y articulaciones sublinguales proferidos a lo largo del trámite. En el momento cumbre, procedí a la interrupción de su mecánica tarea, haciendo desparramar la savia de la vida por toda la habitación: buena parte cayó sobre sus gafas, dejándola en la más absoluta de las penumbras; parte sobre la lista de verbos irregulares que presidía el escritorio; parte sobre la cortina; parte sobre el suelo.
Como recién despertada de un trance o exorcizada del espíritu que tan violentamente la poseyera los anteriores minutos, se incorporó atropelladamente y se apresuró a recoger sus libros, sus cintas y el resto de sus pertenencias (sin parecer importarla que mis pantalones siguieran indecorosamente por los suelos). Sus rodillas aún revestían un contorno rojizo que contrastaba con la blancura natural de su piel. En su rostro, aunque la viva estampa del rubor, creí ver relampaguear una expresión de regocijo, como la que apenas son capaces de contener, cuando marca su equipo, los miembros de una directiva en el palco del rival. Sin llegar a componerse la gabardina y a echarse el bolso más allá del antebrazo, había alcanzado ya el pomo de la puerta. Con la cabeza gacha y voz apenas audible, me pidió que dijera a mi madre que no podría volver a darme clase, y que la disculpara por no habérselo comunicado con mayor antelación. Buscando a través de sus gafas, aún algo embadurnadas, el ángulo adecuado por el que poder dirigirme una última y furtiva mirada, abandonó la habitación. Un silencio, sólo mancillado por el repiqueteo decreciente de sus tacones, precedió el golpe seco con el que se cerró la puerta de la calle. En el aire persistía un aroma de flores olvidadas en el jarrón. La última luz de la tarde, a través de los cristales, proyectaba una nube de partículas, gordas como garbanzos, aferradas a su figura ya desvanecida.

No puedo decir, como seguramente revindicaría la delicada sensibilidad de los psicólogos de ahora, que esta experiencia me supusiera uno de esos traumas que provocan alteraciones o inseguridades en los adolescentes. Más bien al contrario, puso nombre y apellidos a los instintos más elementales que ya empezaban a aflorar en mí mediante visionados de material explícitamente pornográfico y prolongadas sesiones de autocomplacencia.
Lo primero que hice al quedarme solo fue fumarme un cigarrillo de la pitillera de la sala de estar y servirme un whiskey de la botella del armario de la cocina que celosamente guardaba mi madre para el pollo al chilindrón. A cada calada, a cada sorbo, recreaba en mi mente el cadencioso afán de Mª Luisa sumida en el fervor de su dadivosa misión, y la carnosidad de sus labios ciñéndose sobre mi cuerpo como la camisa a medida de un buen sastre.
Al margen del lote que me diera el año anterior con la más cachonda del instituto y del breve morreo que, por sorpresa y contra su voluntad, la endosara a la chica más mona de la clase, esta experiencia precipitó sin duda el final de mi inocencia. Además, con las mil doscientas pesetas que la profesora se dejara sin cobrar tras la última clase, adquirí mi primer acopio de preservativos. Técnicamente yo seguía virgen. Pero eso cambió poco después —y por partida doble— con la historia de las vecinas del quinto.

viernes, 7 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

ALGUNAS RAZONES POR LAS QUE SON PREFERIBLES LOS PERROS A LOS GATOS

• Sólo el perro puede simular el aullido del lobo, sobre la nieve, bajo la luna, entre los abetos.

• Si aprendieran a escribir, ¡qué destrozo no harían con el papel los gatos!

• El maullido es la engolada voz de la soberbia. El ladrido, un eco lejano de la melancolía.

• La mirada del perro —perdida toda esperanza— es capaz de hacer al suicida soltar la navaja, alejarse de la cornisa, desanudar el nudo de la soga.

• Cuando llueve, los gatos sueñan con un cuenco de bolas de pienso; los perros, con que detrás de las tripas les florezca el alma.

• Los colmillos de los gatos penetran en la carne como los de las serpientes.

• Habrá un Juicio Final para los perros. Y habrá misericordia para aquellos que se dejaban tirar de las orejas por los niños.

• Para ocupar el vacío que deja un perro, no bastaran mil gatos, sobrara el corazón.

• Solo el perro —herido de muerte— puede querer pasar su última hora a los pies de su amo, frente a la chimenea, tratando de que su sangre no estropee la alfombra.

martes, 4 de mayo de 2010

DESPUES DE THE END: GREASE

Hace años mi hoy compañero de blog me dijo algo muy sabio: “En las películas suelen poner el “The end” justo en el mejor momento para los protagonistas y así lograr un final feliz, pero en la vida real no es así, no hay un “the end” y tras ese “final feliz” que podría haber sido, la vida sigue”. (bueno textualmente no me lo dijo así, pero más o menos).

Pues bien, ya que yo no puedo ponerle un “FIN” a la vida cuando más me interesa (o sí, pero como que paso), al menos sí le puedo dar continuidad a las películas ¿no?

Pues eso es lo que voy a intentar hacer, con más o menos éxito, imaginar qué les pasaría a los personajes de algunas de las películas más conocidas de la historia, si en vez de finalizar donde y cuando el director lo decidió, continuasen como continua la vida real.

Empecemos, por ejemplo, con GREASE:



Todos recordamos como al final Sandy y Danny se reconcilian y salen volando en un coche. Super enamorados.
Supuestamente, se van de vacaciones pues el curso ha finalizado. Sandy, cuero ajustado en ristre, ha conseguido amansar al chulito de su novio y le lleva con ella de vacaciones a su tierra natal, Australia. Por supuesto con toda la family.

En principio a Danny le parece una idea genial (pasar un mes en un país desconocido para él y la lado de su chica...), pero a medida que pasan los días la cosa se va complicando.
La meticona de la madre de Sandy queriendo que siempre coma algo más y dándole consejos sobre qué hacer, qué no hacer, dónde ir cada día y dónde es mejor ni acercarse,; el pesao de su padre queriéndole mostrar cada canguro y cada cactus del país; y los primitos, al principio tan rubios y tan majos ellos, todo el día dando el coñazo sin dejarles nunca a solas.

Sandy se ha vuelto a alisar el pelo, a poner faldas, color pastel, de niña buena y a decir “reconcholis”, "jolines" y "mecachis". Y además, como le veía tan mono a él con la chaquetilla de punto, le ha comprado unas cuantas camisas y americanas y le ha hecho dejar en Rydell su chupa de cuero.
Y, joder, todo eso es precisamente lo contrario de lo que acabó de convencerle para asentar la cabeza y ennoviarse...

Pero con mucho lo peor, la gota que ha terminado de llenar el vaso, es que ella le deje solo toda una tarde porque ha quedado a tomar el té con ¡su ex! “Es que hace mucho que no le veo. Además ahora es sólo un amigo y sólo vamos a contarnos qué tal nos va
Qué sí, que Danny ya se sabe lo de “los amigos” y por ahí no pasa. Y mientras Sandy tetea con el pijo de su ex novio, Zuco no para de comerse la cabeza y de hervirle la sangre. Así, la olla a presión que es en ese momento su cabeza, estalla al regreso de su chica.
La bronca es de tal calibre que decide al día siguiente coger un avión de regreso a California.

Sandy totalmente deprimida no quiere regresar al final de las vacaciones y se va a estudiar a una Universidad de Sidney donde, cómo no, coincide de nuevo con su ex australiano con el que, pasados unos años, termina casándose.

Danny, con el mayor de los resquemores en sus adentros, busca a su regreso a Cha Cha DiGregorio, a la que acaba dejando preñada.

Y así, sin volverse a ver jamás, es como Danny Zuco y Sandra Olsson vivieron el restro de sus vidas, muchísimo más alejadas de lo que nos quisieron hacer creer.

domingo, 2 de mayo de 2010

UNA VIDA DE PROBLEMAS. 1ª parte. Versión masculina.

0- Como no te den de comer, de beber y te limpien...
1- Caída tras caída para simplemente mantenerte en pie.
2- Te meas encima y te riñen. No comes y te riñen. No te duermes y te riñen.
3- Te meas encima mientras duermes y te bronca al despertar.
4- Todo son normas a obedecer y noes a respetar.
5- ¡Qué difícil es aprender a andar en bici!.
6- A hacer los primeros deberes en el rato que antes veías dibujos o jugabas.
7- Hacer los primeros exámenes.
8- Sudar apoyado en la pared hasta que alguno de los dos que lo echaron a pares o nones te elige para su equipo.
9- Con las gafas rotas de la mano a casa por un balonazo (al menos te eligieron rápido. De portero).
10- Elegir qué deporte hacer porque "gracias" a las clases de inglés no puedes hacer todos los que te gustan.
11- El primer suspenso.
12- Salir un sábado por la tarde a dar un paseo con tus padres.
13- ¡Dichosos granos!
14- Encontrar el momento adecuado para pedirla pa salir (y nunca llega).
15- Sentir una lengua húmeda dentro de tu boca ¡qué asco!
16- La ves en la discoteca, en el reservado, morreándose con otro.
17- ¡Anda déjame irme al cotillón, que van a ir todos!
18- Aguantar sin correrte demasiado pronto.
19- Tus colegas se mosquean porque “desde que estás con esa pasas de nosotros”.
20- Decir que has aprobado asignaturas que realmente has suspendido y matricularte de nuevo en ellas sin que te pillen quienes realmente las pagan.
21- Que ella se mosquee porque siempre estás con los amigos.
22- Que te deje.
23 – Que quiera volver justo cuando más en racha estás. Aceptar.
24- Acabar la carrera.
25 -Acabar la carrera de una vez.
26- Encontrar trabajo o unas prácticas.
27- Encontrar trabajo o unas prácticas remuneradas.
28- Irte a vivir con ella con tu sueldo más sus prácticas remuneradas.
29- Pelearte con ella porque ella pensaba que ayudarías más en casa y tú pensabas que vivir juntos sería estar todo el día follando (porque ya, por fin, tienes sitio).
30- Estar en el paro y que te rechacen en trabajos por no tener experiencia suficiente.
31- Casarse (¿qué hacer sino?)
32- Que tu mujer no te pille en los flirteos con la compañera de tu nuevo trabajo.
33- Que a tu primer hijo no le falte de nada y no le pase nada.
34- Que tu hijo cuando se caiga al comenzar a andar no lo haga sobre durezas.
35- Que tu hijo no se haga pis encima.
36- Que a tus dos hijos no les falte de nada y no les pase nada. ¡Y que el mayor no se haga pis en la cama!
37- Escuchar “Ya no me haces caso y además ya no me ayudas nada en casa ni con los niños
38- Mirarte al espejo y ver carne flácida y pelo en todo el cuerpo excepto en la cabeza.
39- Todo lo centro en ellos y ¿qué es de mí?
40- Divorciarse.
41- Estar de nuevo en el mercado sin saber qué hacer.
42- Tener novia con 43 y tener que conocer entornos nuevos (los suyos).
43- Que te propongan, a tu edad, pasar de nuevo noches en vela por llantos pueriles.
44- Nueva ruptura.
45- Soledad.

viernes, 30 de abril de 2010

DEJATE LLEVAR por 18-200



LAS HISTORIAS DE MACHO-MAN: PRELIMINAR


Los amigos de El Burdel de Apolo me proponen colaborar con ellos en su nuevo Blog. Yo les digo que no valgo para fabular, que no tengo imaginación para inventarme cosas, y ellos me contestan que puedo escribir lo que me dé la gana, que eso es, precisamente, lo que se espera de cualquiera que participe. Siendo así —continúo diciéndoles— lo único que podría contar que en algo resultara de interés (y quizás para muchos ni eso), serían cosas en torno a mis experiencias con ese ser enigmático y fascinante que es la mujer. Experiencias que, para bien o para mal, han marcado siempre el devenir de mi destino, erigiéndose en el eje fundamental sobre el que se ha volteado mi vida. No pretendo, ni mucho menos, rememorarlas todas (además, eso sería imposible) pero sí al menos algunas de las que dejaron una huella más profunda.
Como no podía ser de otra manera cuando se aborda la tarea de sojuzgar la memoria, muchos de los episodios de los que conservo un recuerdo más vívido corresponden a mis primeros tiempos como amante (o amado) y a ese periodo de iniciación del que uno sale siempre siendo lo que es. ¿Un Don Juan? Tal vez, pero sólo si pensamos que Don Juan no es nunca el seductor, sino el seducido; porque, de todas formas, la hembra es la que en última instancia elige siempre, aunque se prevenga mucho de hacer evidente su conquista y opte por ceder al macho los bártulos de la gloria. Lord Byron —que es, en mi opinión, y por encima del propio Casanova, el prototipo más representativo de Don Juan— confesaba que nunca en su vida había seducido a una mujer, y esto es algo con lo que, sin ser Byron (ni tampoco pretenderlo), me identifico plenamente. Y así trataré de evidenciarlo, manteniéndome fiel, mientras me sea posible, al criterio de la cronología.
Antes de que pueda juzgárseme como pretencioso por afrontar este intento de memorias íntimas sobre la base de la experiencia amatoria, conviene reflexionar sobre el hecho de que la vida —de por sí deslavazada— ha de aferrarse siempre a un hilo conductor, que en mi caso no es otro que el que comporta el sexo femenino. Sólo desde este centro de ebullición se suceden las ondas concéntricas de la anécdota vital que es la existencia.

Así pues, queridos amigos de El Burdel de Apolo, os agradezco la oportunidad que me brindáis de dejar escritas algunas páginas que inmortalicen ciertos momentos de mi biografía. Quizás nunca lo hubiera hecho motu proprio. Sin motivación de mayor grado que la de proyectar hacia el futuro la fecha de caducidad de mi propia memoria, aquí quedan para todos, por si a alguien resultaran de provecho, mis enseñanzas en el arte de amar. Eso sí, que nadie espere regularidad a la hora de acudir a mi cita con el blog. Los recuerdos son inquilinos mancomunados en la mente que a veces cuesta individualizar en torno de la pluma o de la tecla; y más en mi caso, donde en la sensual maraña que conforman mis evocaciones viven entremezclados las caricias de Laura con los besos de Eva, las miradas de Sandra con la voz de Lucía.
Por último, quiero manifestar que herir sensibilidades no figura entre mis propósitos. Si esto sucediera (ante la primera insinuación, el primer desnudo, la primera unión de los cuerpos…) pásese página y vayan mis disculpas por adelantado.

miércoles, 28 de abril de 2010

COPLILLA

El inventor del tiempo
ya había inventado el mundo,
ambos por aburrimiento.

¡Que Dios nos libre del mal
de un inmortal complacido
con su eternidad!

martes, 27 de abril de 2010

RETRATO: INFANCIA

A la tarde, junto al pozo
barroco y artificial.
Solo el agua de mi gozo
a la sombra del parral.

A la tarde, con mi infancia
desnuda por los olivos,
rezumando la fragancia
de los amores esquivos.

En un escenario urdido
sobre andamios de recuerdo
cada amanecer perdido
súbitamente me pierdo.

Acá mi abuela, regando
las flores de sus macetas,
cada paso recordando
tradicionales recetas.

Allá mi abuelo, en camisa,
con la azada sobre el barro,
esbozando una sonrisa
tras el humo del cigarro.

Un sol de justicia. Agosto.
La plenitud del verano
madura campos de mosto
con paciencia de artesano.

Noches de raso y estrellas
de blanca caligrafía
cuajan las horas más bellas
de toda mi biografía.

Un olivar encantado.
Un río de ardiente orilla
y caudal acompasado.
Una colina amarilla.

Un camino serpeante
entre las siembras, y luego
un sol bajo y jadeante
en cielo de puro fuego.

Un pueblo de cal y luna
y sombra en las celosías.
Requiebros de amor. Fortuna
de Tenorio: Fantasías.

Ya dos corazones reos
de las redes de Cupido
dan al aire sus deseos…
Nunca me di por vencido

en mi afán de eternizar
lo que siempre terminaba
en desahogo epistolar.
Cada noche me acostaba

soñando con la mocita
con que todavía sueño
(más que por su faz bonita
por un nostálgico empeño),

con los oídos turbados
por la voz del embeleso
y los labios requemados
por el fantasma del beso.

La alondra de la mañana,
frente a la luz del estreno,
canta junto a mi ventana.
Ya se platea el centeno.

Y luego de pronto Dios,
en el silencio de un mundo
solamente para dos,
asoma por un segundo.

La esperanza de la aurora,
si acaso una vez se pierde,
deja un temblor a deshora
y un presentimiento verde.

* * *

Aquí mi abuela, hilvanando
pensamientos a la umbría
de los sauces, afinando
las cuerdas de su alegría.

Mi abuelo al trasluz —allí—
titán del hacha y la leña,
el primer héroe de mi
mitología pequeña.

Acequia de curso ufano,
idolatrada frontera
de mi horizonte lejano,
¿vuelves esta primavera?

Molino desvencijado
por aires de una centuria,
¿de tu única aspa un soldado
harás, que luche con furia?

Datilera adolescente,
inesperado vergel
al discurrir de la fuente,
¿guardas mi secreto fiel?

Ya dos voluntades presas
del capricho de Afrodita
juran eternas promesas
que luego el tiempo marchita.

Desatendiendo a razones
—impropias siempre de Amor—
se da con las ilusiones
en el pozo del dolor.

El recuerdo es disciplina
que requiere escepticismo
para fundar su rutina.
A mí ya me da lo mismo

que el transcurso de los años
me pueda echar a perder:
brilla entre mis desengaños
mi paraíso de ayer.

lunes, 26 de abril de 2010

ABSURDAS ENSEÑANZAS

A menudo pienso cómo era nuestra educación escolar siendo niños. Éramos, supongo que como lo es o ha sido cualquier generación, no lo sé, unos chavalillos asustadizos expuestos ante profesores con un poder mal interpretado bajo el cual no podíamos aspirar a más, sin darnos cuenta entonces, que a ejercitar nuestra memoria repitiendo sin cesar cualquier listado que ellos nos ordenaran aprender.

A día de hoy cabe preguntarse si aquellos nuestros maestros, con más o menos acierto y contra lo que pienso yo es una educación adecuada, tenían o no la certeza de que aquel método -instaurado desde la creación de las escuelas- basado en recitar, entre viejos pupitres de madera orientados todos ellos hacia la negra pizarra, hasta la saciedad tantas y tantas listas de países, capitales, tablas de multiplicar, obras de autores, montañas, cabos,... era verdaderamente útil para nuestro aprendizaje, el real, el vital, el de ser capaces de afrontar nuestro futuro, por dónde quiera que el destino nos llevara y según cada caso individual, claro está.

Y si hubiera habido alguno de ellos, sin poner en duda que pudiera haberlo, de aquellos que nos educaron, que hubiera tenido ideas diferentes a las de aquellos tiempos y que hubiera creído que la mejor manera de instruirnos fuera alentar nuestra creatividad o enseñarnos a tomar decisiones y afrontarlas de la mejor manera posible, debería haberse atrevido, so pena de fracasar en su intento, a darnos esas armas vitales imponiendo sus creencias sobre cualquier otra rígida imposición superior que le ordenara a hacernos repetir interminablemente, hasta sabernos de carrerilla, retahilas como aquella estupida enseñanza de a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre y tras.

viernes, 23 de abril de 2010

VEN CONMIGO


Estás preciosa esta noche, tanto que no puedo resistirme a ti. Ven conmigo, agarra fuerte mi mano y acompáñame. Esta cala es el lugar perfecto para unirnos en la máxima de las intimidades y sellar nuestro enlace. Es la noche perfecta, la luna nos ilumina, la brisa nos alienta, el agua está casi en calma y nadie nos mira. Aún así es normal que estés nerviosa, es normal tu pulso acelerado y es normal tu rápida respiración, pero confía en mí, mírame a los ojos y no temas nada, en unos pocos minutos sentirás algo que jamás antes has soñado.
En unos pocos minutos el alrededor carecerá de importancia, el pasado será tan sólo una palabra sin sentido y el que dirán los demás no llegará a tus oídos.
Si estás ya preparada agarra fuerte mi mano y adentrémonos en el mar, una vez allí, estando juntos, lo suficientemente adentro, te desnudaré por completo y mía serás para siempre.
Avancemos, caminemos en silencio, profundicemos en las aguas saladas, no hagamos apenas ruido, que las olas y el viento interpreten nuestra banda sonora y que nosotros tan sólo dancemos a su ritmo.


- ¡Luís, mira esa chica! ¡Se está ahogando!
- ¡Eh tú, sal!
- ¡Intenta sacarla del agua! ¡Tirate a por ella! ¡Intenta sálvarla por favor!


No les escuches más, relájate e ignórales por completo, no esperes a que él llegue a tiempo pues no lo hará, mi beso se ha hecho ya eterno y el filo de mi guadaña está ya radiante con el brillo de tu sangre.

miércoles, 21 de abril de 2010

PASEN, VEAN, TOQUEN... PARTICIPEN


No es fácil hacer un blog. Y mucho menos mantenerlo vivo. Quizás porque esto último me importa apenas —nada que perder— me haya subido a lomos del proyecto. Pero también porque la intención está muy definida: habilitar el baúl virtual en el que ir echando cualquier producto de nuestra creatividad. Sin ánimo de apropiación indebida, lo de “nuestra” me incluye a mí, por supuesto; y a mi compañero de remo en esta galera sobre la mar procelosa de la inspiración; pero también a vosotros —amigos de antes o de mañana— que sin duda sabéis, queréis o podéis invocar a las Musas porque ya un día supisteis, quisisteis o pudisteis hacerlo. Aquí bajo las ramas de este árbol —que no me pertenece— hay sombra para todos.

Sin otro compromiso —blog insignificante— que el de paliar tu hambre con el pan de la imprevisión; sin otra pretensión que la de dejar que seas mientras tengas que ser. ¡Salud!, te digo ahora que naces, pero ya también ¡Que descanses en paz!, para cuando el punzón de la desidia amenace tu hora.

J.M.


Exhibicionistas y vouyers, bienvenidos. Pepitos Grillo y Campanillas, alejaros. Mentes traviesas y culos inquietos, adentraros. Capitanes de barcos ajenos, buscad otros Océanos.
Los que os consideréis dignos de degustar nuestros servicios y alentar algunos nuevos, desvestiros de sentimientos, olvidad vidas reales y liberad vuestros miedos y egos.
Y así, todos juntos, montemos una orgía de cerebros.
Sin normas ni restricciones. Sin límites horarios ni formatos previos. Sin premisas, ni castigos, ni premios.
Simplemente experimentemos. Juguemos a ser Dioses de nuestro propio mundo interno.

Rapajic