domingo, 30 de mayo de 2010

EL CUERPO DEL DELITO (1ª parte)

De las cuatro puñaladas asestadas, solo una resultó ser mortal, pero ésa le partió en dos el corazón, como una manzana, provocándole una muerte instantánea. Esto según la terminología de la policía y los miembros del cuerpo forense, claro, porque supongo que una hoja de acero atravesándote el pecho de parte a parte, resultaría algo difícil de olvidar —si es que se viviera para recordarlo—, por muy instantáneo que parezca.
De pronto, no supo qué hacer con el cadáver. Primero pensó en descuartizarlo, y deshacerse discretamente de los lotes. Pero el solo recuerdo de sus abuelos, en la pollería del mercado, rebanando pescuezos y desmembrando muslos le provocaba una náusea insoportable. Luego pensó en sacarlo envuelto en una manta, tal como había visto recientemente en una película, pero le parecía harto improbable que aunque llevara a cabo su cometido durante la madrugada, pudiera pasar desapercibido, sin que nadie lo sorprendiera en esa bulliciosa zona de la ciudad; y además, tampoco tenía claro en qué lugar se desharía del cadáver, un lugar en donde nadie pudiera descubrirlo nunca o al menos tardaran años en hacerlo. Una tercera cosa que se le pasó por la cabeza fue la de adquirir un baúl a la medida y contratar una empresa de transportes. Eso, con suerte, solventaría el problema de sacar el cadáver de la casa sin levantar sospechas, pero para llevarlo…¿a dónde? Por el momento, decidió ir atendiendo las prioridades ordenadamente, y lo más urgente era limpiar los profusos charcos de sangre que se habían ido formando por el pasillo (tarea que le llevaría mucho más tiempo de lo previsto inicialmente, pues la sangre es terca para desadherirse de las superficies por donde se ha derramado). Luego envolvería oportunamente el arma homicida, que haría después desaparecer arrojándola al río desde uno de los puentes de la ciudad. Con relación al cuerpo, lo colocaría sobre la cama de la habitación de invitados, y hasta que diera con la solución definitiva, haría una vida normal.
En efecto, salió de casa, y se dirigió al banco, donde había de resolver unos asuntos en relación a unos arrendamientos; luego compró los periódicos (el nacional y el deportivo), dio un paseo por el parque, y como no le apetecía volver a casa para comer, almorzó algo fuera, un menú del día con arroz y pescado en un sitio en el que nunca había entrado, y que le pareció de buena calidad y mejor precio. Parte de la tarde la pasó en la sala de billares, practicando la carambola a tres bandas, y luego curioseó escaparates (compró incluso un par de camisas) y dio una vuelta por las viejas librerías de ocasión. Cuando volvió a casa, siguió con su actividad rutinaria, cenó ligero, vio un poco la tele y se acostó, no sin antes echar un vistazo a la habitación contigua, como si quisiera comprobar que el cadáver no se había movido de su sitio o deseara darle las buenas noches.
Pronto los días se sucedieron, hasta que la presencia de aquel invitado frío y silencioso que albergaba bajo su techo llegó a hacérsele familiar. No le molestaba. ¿Por qué iba a molestarle? Las cosas iban bien. Su imprevista compañía no suponía ningún problema para la convivencia ni alteraba en absoluto los hábitos de su vida. Por desgracia, todo volvió a complicarse aquel día —un día como otro cualquiera—, cuando llegó a casa. Apenas hubo abierto la puerta de la habitación de invitados, tuvo que cerrarla de nuevo, bruscamente, aturdido por los primeros síntomas de la putrefacción, que se habían adueñado de la estancia y amenazaban con expandirse por el resto de la casa.
(Continuará por Rapajic…)

viernes, 28 de mayo de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

VAMOS A CONTAR MENTIRAS, TRALARÁ

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Me tocó la primiti-iva
Me tocó la primiti-iva
Y el Madrid ganó la liga tralará
Y el Madrid ganó la liga tralará
Y el Madrid ganó la liiga.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Yo nunca he ido a un pu-uti
Yo nunca he ido a un pu-uti
Ni tampoco mis amigos tralará
Ni tampoco mis amigos tralará
Ni tampoco mis amiigos.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Las hembras que bien condu-ucen
Las hembras que bien condu-ucen
Y entre ellas no se parecen tralará
Y entre ellas no se parecen tralará
Y entre ellas no se pareecen.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

El PP son muy de ce-entro
El PP son muy de ce- entro
Y el PSOE son de izquierdas tralará
Y el PSOE son de izquierdas tralará
Y el PSOE son de izquieerdas.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Ya salimos de la cri-isis
Ya salimos de la cri-isis
Y Camps se pagó sus trajes tralará
Y Camps se pagó sus trajes tralará
Y Camps se pagó sus traajes.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Los curas no se mastu-urban
Los curas no se mastu-urban
Y no les atraen los niños tralará
Y no les atraen los niños tralará
Y no les atraen los niiños.

Ahora que vamos despa-acio
Ahora que vamos despa-acio
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a contar mentiras tralará
Vamos a, contar, mentiiras.

Macho-man la tiene gra-ande
Macho-man la tiene gra-ande
Y J.M. mañana escribe tralará
y J.M. mañana escribe tralará
Y J.M. mañana escriibe.

viernes, 21 de mayo de 2010

TOROS por 18-200

¿Hay que dejar la "fiesta" de los Toros tal y como es...



...o habría que retocarla hasta hacerla, incluso, desaparecer?



O una pregunta mucho más sencilla, ¿cuál de las dos fotos te gusta más?
nn

jueves, 20 de mayo de 2010

CARTA DE AMOR

Supongo que ya ni te acuerdas de mí y que esta carta tan sólo es, para ti, la danza al fuego de un loco -uno más- implorando volver a encontrarse contigo, sabedor de que la distancia, como el viento, avivó su llama para apagar la tuya y es en su propio danzar dónde encuentra alivio. O al menos consuelo.
Supongo que no me recuerdas y que tu día a día fluye a tal ritmo que ni te permites malgastar un segundo en pensar cómo me va a mí sin ti.
Supongo que me olvidaste con la misma facilidad con que se olvida el sueño de una siesta y que tan sólo fui en tu vivir un fugaz amor de verano. Uno más en un verano cualquiera.

Sin embargo yo no puedo evitarte en mi mente.

No soy capaz de apartar de mi recuerdo la sonrisa que me regalaste cuando, tras varios años de lejanas miradas, celoso de quién te acompañaba, me atreví, por fin, a acercarme a ti.
No consigo sacarme de las entrañas el sonido de tu risa como respuesta a mis infantiles reacciones ante tus continuas sorpresas.
Me sigue ardiendo la mano cuando al mirarla la imagino amarrada a la tuya en alguno de aquellos interminables paseos compartidos.
Y me sigue, cada día, excitando el evocar en mi soñar cada recoveco de tu cuerpo, del cual soy capaz de definir, con absoluta precisión, cada uno de sus innumerables matices.

Y sinceramente, hoy, con esta misiva desesperada que supongo que tal vez ni tan siquiera llegues a leer, tan sólo me quiero confesar.

Quiero confesarte que te quiero desde mucho antes de conocernos. Que te deseo desde que, por vez primera, supe de ti y que ese deseo se ha hecho exponencial tras aquellos días que pasamos unidos. Que cuando intimo con otra siempre me parece poco al compararla contigo. Y que sé que antes o después volveré a por ti y que cuando vuelva, serás mía -aunque de nuevo sólo sean pocos días- de nuevo.

Porque esta es la única y verdadera realidad y voy a decírtela en tu idioma y de forma bien clara para que no te quepan dudas de mis sentimientos hacia ti: I love you, NY.

martes, 18 de mayo de 2010

LO NUNCA VISTO EN UN ESTADIO DE FUTBOL

—¡Controla de primeras… baja el balón al piso…levanta la cabeza y abre con criterio a la banda, donde recibe el interior derecho, que inicia una carrera trepidante hacia…! ¿Qué sucede? El árbitro ha hecho sonar vigorosamente su silbato… ¿Fuera de juego? ¡Imposible! El desconcierto es total entre los jugadores… ¿Qué ha señalado? Con el partido interrumpido, el colegiado, alejándose de la jugada, encamina sus pasos hacia el centro del campo. Ajeno a las inquisiciones de los protagonistas, llega, con andar sosegado pero firme, hasta el punto de saque y, por entre la pernera de su pantalón corto, ¡comienza a orinar! La perplejidad es total entre los participantes y la multitud que, en torno a noventa mil personas, abarrota las gradas. El vocerío ha dado paso al silencio; y el silencio a un murmullo sostenido y continuado. ¿Y ahora? Los jugadores, venidos de todos los rincones del terreno, se congregan en torno al círculo central, intercalándose los unos con los otros, como ajenos al concepto de equipo. Bien emulando la técnica de la pernera, bien bajándose convenientemente los calzones del uniforme, mean en perfecta sintonía sobre la curva medular. Acto seguido, son los árbitros auxiliares (incluido el cuarto árbitro) quienes se posicionan sobre sus respectivas líneas de demarcación, y, cual el director de la contienda y los jugadores, mean y mean sobre la raya de cal. ¿Y fuera del rectángulo de juego? Los suplentes y todo el cuerpo técnico saltan de sus respectivos asientos, alineándose sobre las marcas discontinuas que delimitan las zonas de banquillos. Y sin intercambiar una palabra, proceden igualmente a una meada larga y coordinada. ¿Y en las gradas? Aunque parezca increíble, todos los espectadores parecen haberse sumado —sin excepción— a este inesperado acto de evacuación comunitaria, orinando sobre barandillas y asientos, orinando los unos sobre los otros con una sincronía apenas alcanzada en colectivos más adiestrados. Tenemos incluso noticias de que los telespectadores hacen lo propio desde sus casas.
Llega el minuto noventa, y cada cual, desde el lugar que ocupa, persevera en su acto de mear y mear ininterrumpidamente. Cayó la noche. La potente luz de las torretas ilumina el gran charco que sigue creciendo.

viernes, 14 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

martes, 11 de mayo de 2010

LAS HISTORIAS DE MACHO-MAN: LA PROFESORA PARTICULAR

A los quince años, en el momento en que mi madre se percató de mi incapacidad para discernir un texto en inglés del alfabeto cirílico, me pusieron una profesora particular que me instruyera en la legua de Chespir. Mª Luisa, que así se llamaba, tenía cierto aire de novicia neófita, encajada en unas faldas hasta los tobillos y unos jerseys de cuello alto que la hubieran hecho pasar desapercibida en cualquier zoco del oriente islámico. Ni alta, ni baja. Melena, ni muy larga ni muy corta, y una piel blanca, como de guiri que no ha abandonado la sombra del chiringuito en todas las vacaciones. Nariz ligeramente respingona, boca pequeña y una miopía apenas disimulable tras unas gafas de cristal reforzado que hacían de sus ojos dos planetas tenues y desorbitados. Su voz era aguda, y más se agudizaba al pronunciar las palabras de aquella lengua bárbara y perversa que se empeñaban en quererme inculcar.
Do you play football with your friends? —rechinaba en mis oídos como un altavoz mal calibrado—.
Yes, it is
Pero no se enfadaba nunca. Cerraba los párpados por unos instantes, en señal de reprobación, y repetía con enfática paciencia:
DO you…?
Yes…is do —porque yo jugaba al fútbol, de eso no había duda; y si no todos eran amigos, al menos conocidos o compañeros de escuela—.

Fuera cual fuera la razón pedagógica que la impulsó a ello, Mª Luisa centró pronto sus esfuerzos en el área de la fonética y la pronunciación. Sentados frente a frente, me hacía observar sus labios y seguir el curso de su lengua, que se contorsionaba como un molusco dentro de la concha, para luego, a su vez, comprobar por mimetismo la eficacia de sus explicaciones.
—Fíjate en mi lengua, aquí junto a los dientes superiores —y la elevaba oportunamente, sugiriendo con su gesto una parodia de las insinuantes chicas de las revistas. Ambos prorrumpíamos entonces en una sinfonía gutural y primigenia que hubiera resultado ininteligible al más avezado antropólogo. A veces sostenía mi cabeza entre sus manos, ofreciéndome el espejo de su rostro, del que emanaba un empachoso perfume de flores al borde del marchitamiento. Anestesiado de muerte, pensaba entonces que en Mª Luisa había algo que escapaba al escrutinio superficial de la primera mirada, y adivinaba tras el parapeto de su celosa indumentaria unos pechos firmes y turgentes, y unos muslos ligeramente musculados, como de deportista aficionada al traqueteo de la bicicleta.

Así se sucedieron, entre interrogativas con auxiliar y sílabas impronunciables, todos los martes y jueves de los siguientes meses. Huelga decir que mis resultados académicos en esta materia no habían evolucionado un ápice, pero esto no menoscabó la férrea voluntad de mis padres por sajonizarme, vanamente convencidos de la recompensa a largo plazo de su obstinación.

Hasta aquel día.
Mª Luisa vestía una falda sobre las rodillas y una blusa que, sin ser de las que Madonna elegiría para su espectáculo, resultaba inusual en ella, máxime cuando los dos botones superiores de la misma —desabrochados— permitían vislumbrar el comienzo de un escote que ratificaba mis más innovadoras teorías con respecto a la prominencia de sus senos. Estaba ausente, nerviosa, como quien acaba de ser cómplice de un asesinato o ultima los detalles de su propio suicidio. Tras de aquellas lentes, que marcaban el comienzo de una dimensión paranormal o alienígena, me llegaban miradas tanto o más indescifrables como las palabras con que habitualmente me aturdía. Debía haber prescindido del dosificador a la hora de liberar las esencias de su perfume, cuyos efectos embriagaban mis sentidos, adormeciéndolos hasta la inacción. De repente se abalanzó sobre mi silla (que rechinó, del susto, por todas las junturas) para aferrarse a mis pantalones y dejármelos en un santiamén a la altura de los tobillos, al tiempo que adoptaba entre mis piernas la contrita postura del orante. Pese a mi estupefacción, al mero contacto con su cuerpo, puse de manifiesto una erección de magnitudes volcánicas, con el ardor de una marea interior de lava que amenazaba con desbordar los límites de su remanso. Inopinadamente, aquellos labios que sólo había conocido retorcidos en el esfuerzo de una jerga extranjera, abarcaban la anchura de mi miembro, engulléndolo una y otra vez con la voracidad de un lactante sobre la ubre materna. Más por instinto que por lo que pudiera tener aprendido de los viernes de Canal +, apoyé ambas manos sobre su nunca, acompañando el rítmico frenesí de sus movimientos, que hacían peligrar la integridad de sus cuerdas vocales. Lo cierto es que, desde fuera, a nadie hubiera parecido algo impropio de nuestras clases de fonética el carrusel de interjecciones, bramidos y articulaciones sublinguales proferidos a lo largo del trámite. En el momento cumbre, procedí a la interrupción de su mecánica tarea, haciendo desparramar la savia de la vida por toda la habitación: buena parte cayó sobre sus gafas, dejándola en la más absoluta de las penumbras; parte sobre la lista de verbos irregulares que presidía el escritorio; parte sobre la cortina; parte sobre el suelo.
Como recién despertada de un trance o exorcizada del espíritu que tan violentamente la poseyera los anteriores minutos, se incorporó atropelladamente y se apresuró a recoger sus libros, sus cintas y el resto de sus pertenencias (sin parecer importarla que mis pantalones siguieran indecorosamente por los suelos). Sus rodillas aún revestían un contorno rojizo que contrastaba con la blancura natural de su piel. En su rostro, aunque la viva estampa del rubor, creí ver relampaguear una expresión de regocijo, como la que apenas son capaces de contener, cuando marca su equipo, los miembros de una directiva en el palco del rival. Sin llegar a componerse la gabardina y a echarse el bolso más allá del antebrazo, había alcanzado ya el pomo de la puerta. Con la cabeza gacha y voz apenas audible, me pidió que dijera a mi madre que no podría volver a darme clase, y que la disculpara por no habérselo comunicado con mayor antelación. Buscando a través de sus gafas, aún algo embadurnadas, el ángulo adecuado por el que poder dirigirme una última y furtiva mirada, abandonó la habitación. Un silencio, sólo mancillado por el repiqueteo decreciente de sus tacones, precedió el golpe seco con el que se cerró la puerta de la calle. En el aire persistía un aroma de flores olvidadas en el jarrón. La última luz de la tarde, a través de los cristales, proyectaba una nube de partículas, gordas como garbanzos, aferradas a su figura ya desvanecida.

No puedo decir, como seguramente revindicaría la delicada sensibilidad de los psicólogos de ahora, que esta experiencia me supusiera uno de esos traumas que provocan alteraciones o inseguridades en los adolescentes. Más bien al contrario, puso nombre y apellidos a los instintos más elementales que ya empezaban a aflorar en mí mediante visionados de material explícitamente pornográfico y prolongadas sesiones de autocomplacencia.
Lo primero que hice al quedarme solo fue fumarme un cigarrillo de la pitillera de la sala de estar y servirme un whiskey de la botella del armario de la cocina que celosamente guardaba mi madre para el pollo al chilindrón. A cada calada, a cada sorbo, recreaba en mi mente el cadencioso afán de Mª Luisa sumida en el fervor de su dadivosa misión, y la carnosidad de sus labios ciñéndose sobre mi cuerpo como la camisa a medida de un buen sastre.
Al margen del lote que me diera el año anterior con la más cachonda del instituto y del breve morreo que, por sorpresa y contra su voluntad, la endosara a la chica más mona de la clase, esta experiencia precipitó sin duda el final de mi inocencia. Además, con las mil doscientas pesetas que la profesora se dejara sin cobrar tras la última clase, adquirí mi primer acopio de preservativos. Técnicamente yo seguía virgen. Pero eso cambió poco después —y por partida doble— con la historia de las vecinas del quinto.

viernes, 7 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

ALGUNAS RAZONES POR LAS QUE SON PREFERIBLES LOS PERROS A LOS GATOS

• Sólo el perro puede simular el aullido del lobo, sobre la nieve, bajo la luna, entre los abetos.

• Si aprendieran a escribir, ¡qué destrozo no harían con el papel los gatos!

• El maullido es la engolada voz de la soberbia. El ladrido, un eco lejano de la melancolía.

• La mirada del perro —perdida toda esperanza— es capaz de hacer al suicida soltar la navaja, alejarse de la cornisa, desanudar el nudo de la soga.

• Cuando llueve, los gatos sueñan con un cuenco de bolas de pienso; los perros, con que detrás de las tripas les florezca el alma.

• Los colmillos de los gatos penetran en la carne como los de las serpientes.

• Habrá un Juicio Final para los perros. Y habrá misericordia para aquellos que se dejaban tirar de las orejas por los niños.

• Para ocupar el vacío que deja un perro, no bastaran mil gatos, sobrara el corazón.

• Solo el perro —herido de muerte— puede querer pasar su última hora a los pies de su amo, frente a la chimenea, tratando de que su sangre no estropee la alfombra.

martes, 4 de mayo de 2010

DESPUES DE THE END: GREASE

Hace años mi hoy compañero de blog me dijo algo muy sabio: “En las películas suelen poner el “The end” justo en el mejor momento para los protagonistas y así lograr un final feliz, pero en la vida real no es así, no hay un “the end” y tras ese “final feliz” que podría haber sido, la vida sigue”. (bueno textualmente no me lo dijo así, pero más o menos).

Pues bien, ya que yo no puedo ponerle un “FIN” a la vida cuando más me interesa (o sí, pero como que paso), al menos sí le puedo dar continuidad a las películas ¿no?

Pues eso es lo que voy a intentar hacer, con más o menos éxito, imaginar qué les pasaría a los personajes de algunas de las películas más conocidas de la historia, si en vez de finalizar donde y cuando el director lo decidió, continuasen como continua la vida real.

Empecemos, por ejemplo, con GREASE:



Todos recordamos como al final Sandy y Danny se reconcilian y salen volando en un coche. Super enamorados.
Supuestamente, se van de vacaciones pues el curso ha finalizado. Sandy, cuero ajustado en ristre, ha conseguido amansar al chulito de su novio y le lleva con ella de vacaciones a su tierra natal, Australia. Por supuesto con toda la family.

En principio a Danny le parece una idea genial (pasar un mes en un país desconocido para él y la lado de su chica...), pero a medida que pasan los días la cosa se va complicando.
La meticona de la madre de Sandy queriendo que siempre coma algo más y dándole consejos sobre qué hacer, qué no hacer, dónde ir cada día y dónde es mejor ni acercarse,; el pesao de su padre queriéndole mostrar cada canguro y cada cactus del país; y los primitos, al principio tan rubios y tan majos ellos, todo el día dando el coñazo sin dejarles nunca a solas.

Sandy se ha vuelto a alisar el pelo, a poner faldas, color pastel, de niña buena y a decir “reconcholis”, "jolines" y "mecachis". Y además, como le veía tan mono a él con la chaquetilla de punto, le ha comprado unas cuantas camisas y americanas y le ha hecho dejar en Rydell su chupa de cuero.
Y, joder, todo eso es precisamente lo contrario de lo que acabó de convencerle para asentar la cabeza y ennoviarse...

Pero con mucho lo peor, la gota que ha terminado de llenar el vaso, es que ella le deje solo toda una tarde porque ha quedado a tomar el té con ¡su ex! “Es que hace mucho que no le veo. Además ahora es sólo un amigo y sólo vamos a contarnos qué tal nos va
Qué sí, que Danny ya se sabe lo de “los amigos” y por ahí no pasa. Y mientras Sandy tetea con el pijo de su ex novio, Zuco no para de comerse la cabeza y de hervirle la sangre. Así, la olla a presión que es en ese momento su cabeza, estalla al regreso de su chica.
La bronca es de tal calibre que decide al día siguiente coger un avión de regreso a California.

Sandy totalmente deprimida no quiere regresar al final de las vacaciones y se va a estudiar a una Universidad de Sidney donde, cómo no, coincide de nuevo con su ex australiano con el que, pasados unos años, termina casándose.

Danny, con el mayor de los resquemores en sus adentros, busca a su regreso a Cha Cha DiGregorio, a la que acaba dejando preñada.

Y así, sin volverse a ver jamás, es como Danny Zuco y Sandra Olsson vivieron el restro de sus vidas, muchísimo más alejadas de lo que nos quisieron hacer creer.

domingo, 2 de mayo de 2010

UNA VIDA DE PROBLEMAS. 1ª parte. Versión masculina.

0- Como no te den de comer, de beber y te limpien...
1- Caída tras caída para simplemente mantenerte en pie.
2- Te meas encima y te riñen. No comes y te riñen. No te duermes y te riñen.
3- Te meas encima mientras duermes y te bronca al despertar.
4- Todo son normas a obedecer y noes a respetar.
5- ¡Qué difícil es aprender a andar en bici!.
6- A hacer los primeros deberes en el rato que antes veías dibujos o jugabas.
7- Hacer los primeros exámenes.
8- Sudar apoyado en la pared hasta que alguno de los dos que lo echaron a pares o nones te elige para su equipo.
9- Con las gafas rotas de la mano a casa por un balonazo (al menos te eligieron rápido. De portero).
10- Elegir qué deporte hacer porque "gracias" a las clases de inglés no puedes hacer todos los que te gustan.
11- El primer suspenso.
12- Salir un sábado por la tarde a dar un paseo con tus padres.
13- ¡Dichosos granos!
14- Encontrar el momento adecuado para pedirla pa salir (y nunca llega).
15- Sentir una lengua húmeda dentro de tu boca ¡qué asco!
16- La ves en la discoteca, en el reservado, morreándose con otro.
17- ¡Anda déjame irme al cotillón, que van a ir todos!
18- Aguantar sin correrte demasiado pronto.
19- Tus colegas se mosquean porque “desde que estás con esa pasas de nosotros”.
20- Decir que has aprobado asignaturas que realmente has suspendido y matricularte de nuevo en ellas sin que te pillen quienes realmente las pagan.
21- Que ella se mosquee porque siempre estás con los amigos.
22- Que te deje.
23 – Que quiera volver justo cuando más en racha estás. Aceptar.
24- Acabar la carrera.
25 -Acabar la carrera de una vez.
26- Encontrar trabajo o unas prácticas.
27- Encontrar trabajo o unas prácticas remuneradas.
28- Irte a vivir con ella con tu sueldo más sus prácticas remuneradas.
29- Pelearte con ella porque ella pensaba que ayudarías más en casa y tú pensabas que vivir juntos sería estar todo el día follando (porque ya, por fin, tienes sitio).
30- Estar en el paro y que te rechacen en trabajos por no tener experiencia suficiente.
31- Casarse (¿qué hacer sino?)
32- Que tu mujer no te pille en los flirteos con la compañera de tu nuevo trabajo.
33- Que a tu primer hijo no le falte de nada y no le pase nada.
34- Que tu hijo cuando se caiga al comenzar a andar no lo haga sobre durezas.
35- Que tu hijo no se haga pis encima.
36- Que a tus dos hijos no les falte de nada y no les pase nada. ¡Y que el mayor no se haga pis en la cama!
37- Escuchar “Ya no me haces caso y además ya no me ayudas nada en casa ni con los niños
38- Mirarte al espejo y ver carne flácida y pelo en todo el cuerpo excepto en la cabeza.
39- Todo lo centro en ellos y ¿qué es de mí?
40- Divorciarse.
41- Estar de nuevo en el mercado sin saber qué hacer.
42- Tener novia con 43 y tener que conocer entornos nuevos (los suyos).
43- Que te propongan, a tu edad, pasar de nuevo noches en vela por llantos pueriles.
44- Nueva ruptura.
45- Soledad.